GRANDES MONTAÑAS

Grandes Montañas 2021

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PRESENTAN:

Sobre el libro “Los Tratados de Córdoba” de Othón Arróniz Báez (1921, Xalapa – 1997, Córdoba) publicado por la Editorial de la Universidad Veracruzana en 1985.

Grandes Montañas presenta una reseña escrita por Roberto Williams García (1925, Tampico – 2008, Veracruz) y publicada en la Revista de la Universidad Veracruzana “La palabra y el Hombre” de Enero-marzo 1987, Número 61, en las páginas 115 y 116.


Othón Arróniz Báez Othón Arróniz [Báez] se doctoró en Filología en la Universidad de Madrid, y bajo la dirección de Dámaso Alonso, con la tesis La influencia italiana en el nacimiento de la comedia española, obra que en 1969 publicaría la Editorial Gredos. Fue investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus estudios se centraron en el teatro español del Siglo de Oro, y el teatro de evangelización de la Nueva España.


 Roberto Williams García. Profesionista (antropólogo). Nació en Barra de Tampico, Tamaulipas, en 1925. Falleció en Xalapa el 27 de junio de 2008. Su trabajo se desarrolló principalmente colaborando con los indígenas de la Huasteca meridional. Profesor normalista (1945) por la Escuela Normal Veracruzana (ENV). Etnólogo (1964) por la Secretaría de Educación Pública (SEP). Investigador de la UV. Fue delegado de Asuntos Indígenas en el estado durante el periodo 1952-58 de la SEP. Mantenedor del Programa de Desarrollo Cultural de los Grupos Étnicos en el Estado de Veracruz (SEP, 1979). Colaboró permanentemente con revistas científicas y periódicos. Su Obra: (documental cine) Carnaval en La Huasteca (1960); Boda en el cerro (1973); Uso ritual de la Santa Flor (1973). Obra (ensayo, entre otras): Los tepehuas (Xalapa, 1963); Mitos tepehuas (1972); La ruta de la vainilla (folleto, 1969); El mito de una comunidad indígena (tesis); Introducción a las culturas del Golfo (1961); Otomíes de la Sierra de Puebla (1961); Los popolucas del sur de Veracruz (1961); Los huastecos (1961); Los totonacas (1961); Yo nací con la luna de plata.


 

Los tratados de Córdoba


Reseña de Roberto Williams García


“Historiar significa interpretar” afirma el británico Carr y es lo que logra Othón Arróniz dentro de las 150 páginas de Los Tratados de Córdoba obra que el mismo llama monografía donde “insiste en la importancia de las logias en el nacimiento de la segunda independencia” asunto que no resalta lo suficiente: quien queda exaltado es el último virrey, personaje que, en lenguaje cinematográfico, roba cámara. De este personaje trascribe dos cartas y las instrucciones de mando, documentos del Archivo General de Indias, que constituyen valiosa aportación. Otro documento que trabaja es la proclama de O´Donojú cuya copia se encuentra en el archivo mencionado: aclara que la toma de Zárate (México a Través de los siglos).

 

El último virrey de la Nueva España llegó al puerto de Veracruz precedido de antecedentes en la lucha liberal. Había sufrido prisión por haber sido uno de los creadores de la Constitución de 1812, motivo por el cual, dos años más tarde, le castigara la comisión que había nombrado Felipe VII; sufrió 4 años de encarcelamiento y luego condena de cuatro de destierro de los sitios reales, declarándosele inhábil para toda clase de mando. Pero la revolución de Priego, iniciada al principiar 1820 le puso en el camio para el último cargo.

 

Evidentemente, la intervención de los liberales logró que el rey nombrase a O´Donojú. No obstante, el autor formula la pregunta ¿quién nombró a O´Donojú? Ya que se atribuye el nombramiento al diputado Ramos Arizpe. Esta es una suposición desprendida de la insistencia de los diputados mexicanos que, en España, se agitaban para renovar al penúltimo virrey. Y dentro de esos representantes mexicanos destacaba Ramos Arizpe. Es posible que O´Donojú haya tenido contactos con los representantes mexicanos desde 1810 cuándo llegaron a Cádiz, a cortes. Eso lo deja entrever la proclama lanzada en Veracruz donde se declara que tuvo “los más estrechos vínculos de amistad con vuestros representantes” agregando que tal vez ellos lo instaron a emprender este viaje a la América; a los sesenta años. En la misma proclama O´Donojú reprocha a quienes intempestivamente se lanzaron a la guerra de independencia. Estos lampos del documento estas reverberaciones de la proclama son las que permiten al autor, en su conclusión, sugerir, no afirmar, que “el movimiento de independencia se fraguó en dos frentes que al fin concluyeron en los Tratados de Córdoba. Un frente fule la lucha insurgente iniciada por Hidalgo y otro frente, fue una acción culta que encontró auge en las logias masónicas de Cádiz”, Ahí, en Cádiz, el 24 de septiembre de 1810, la asamblea había iniciado sus sesiones.

Según Arróniz la ideología liberal del último virrey destaca en la firma de los Tratados de Córdoba, pues en ellos queda suprimida la cita de la religión. En efecto, si se cotejan el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba aparece que el punto uno del Plan aboga por la religión católica, apostólica romana, sin tolerancia de otra alguna, mientras que el primer artículo del Convenio exclama: “Esta América se reconocerá por nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo imperio mexicano”, declaración que dio forma a un Estado. Esa fue la trascendencia de los Tratados, en su momento.

Los detalles sobre el sitio donde se firmó el convenio  y otras circunstancias son de menor relieve que lo sucedido al virrey que, solamente, tuvo un mes de vida en tierra mexicana. La simpatía del autor por O¨Donojú se advierte cuando trascribe los detalles de sus últimos minutos, cuando se aplican los viáticos, en ceremonias y costumbres muy propias de la extinta Colonia. Arróniz se disculpa. “Que nos perdone el lector proseguir la descripción de los funerales”. Este rasgo humano proviene de que le considera “hombre bondadoso que había venido a dejar su comprometida firma, sus familiares muertos y su propia vida en tierra americana”. Y vaya que fue firma comprometida, tanto que, a los dos años, España la rechazaba. O´Donojú -para el autor- era caballero y filántropo mientras que Agustín de Iturbide “era hábil político y nada más”.

El historiador da categoría a los hechos: de ahí su responsabilidad. Pero, queda a discernir si se puede ser objetivo. Por eso me concreto al párrafo final, al juicio sobre los Tratados. “Fueron en su momento el punto de confluencia de todas las aspiraciones de un pueblo, y después, como las luminarias, brillando en medio de la noche, se fueron apagando para dejar, acaso un leve susurro”. Así concluye.

Diálogo, sin fin, entre el presente y el pasado, es la respuesta de Carre en el ensayo “Que es la historia” y a ese diálogo nos ha conducido la obra de Othón Arróniz escrita en lenguaje llano. Bienvenida, pues, su contribución que enriquece a la historiografía mexicana y que, a la vez, es marco adecuado para ponderar esa aspiración de Agustín de Iturbide: “Desatemos el nudo sin romperlo”

transcripción de Miguel Hassam. 






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