Discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador durante el Desfile
Cívico Militar: 211 Años del Grito de Independencia
Excelentísimo
señor Miguel Díaz-Canel, presidente de la República de Cuba;
General
Luis Crescencio Sandoval González, secretario de la Defensa;
Almirante
José Rafael Ojeda Durán;
Representantes
del gobierno de México, del poder ejecutivo, legislativo y judicial;
Amigas,
amigos todos:
Por
esas singularidades de nuestra historia, la fecha que más celebra el pueblo de
México es la del inicio, la del Grito y no la de la consumación de la
Independencia nacional.
A
los mexicanos nos importa más el iniciador, el cura Hidalgo, que Iturbide, el
consumador, porque el cura era defensor del pueblo raso y el general realista
representaba a la élite, a los de arriba, y solo buscaba ponerse la diadema
imperial.
Hidalgo
fue otra cosa. A él le tocó con Allende, Aldama, Jiménez y otros dirigentes
populares enfrentar a la oligarquía dominante y proclamar la abolición de la
esclavitud.
El
pensamiento de Hidalgo era subversivo. Nada en su personalidad lo distanciaba
de ser un revolucionario y no se andaba por las ramas. Por ejemplo, en una de
sus cartas al intendente Juan Antonio Riaño, escribía: “No hay remedio, señor
intendente: el movimiento actual es grande, y mucho más cuando se trata de
recobrar derechos santos, concedidos por Dios a los mexicanos, usurpados por
unos conquistadores crueles, bastardos e injustos, que auxiliados de la
ignorancia de los naturales, y acumulando pretextos santos y venerables,
pasaron a usurparles sus costumbres y propiedad y vilmente, de hombres libres,
convertirlos a la degradante condición de esclavos.”
Al
mismo tiempo, Hidalgo era un hombre profundamente humano, un auténtico
cristiano. Así lo demuestra el hecho de que, para evitar el degüello de miles de
oponentes realistas, pero también de inocentes, prefirió quedarse en el cerro
de Las Cruces y no tomar la Ciudad de México, que estaba prácticamente rendida.
Sin
embargo, sus adversarios nunca le perdonaron la osadía de querer igualar a los
pobres con las clases más favorecidas. Baste recordar el juicio en que lo
excomulgan y la manera en que lo asesinan, le cortan la cabeza y la exhiben
como escarmiento por más de diez años en la plaza principal de Guanajuato.
Ningún
dirigente en la historia de México ha recibido más insultos que el cura
Hidalgo. Paco Ignacio Taibo hace un recuento de todos los improperios:
“endurecida alma, escolástico sombrío, monstruo, taimado, corazón fementido,
rencoroso, padre de gentes feroces, Cura Sila, entraña sin entrañas, villano,
hipócrita, refinado, tirano de tu tierra, pachá, lo-cura, imprudentísimo
bachiller, caco, malo, malísimo, perversísimo, ignorantísimo bachiller
Costilla, excelentísimo pícaro, homicida, execrable majadero, badulaque,
borriquísimo, primogénito de Satanás, malditísimo ladrón, liberticida, insecto
venenoso, energúmeno, archiloco americano”.
Por
si fuese poco, en el juicio de excomunión lo llaman demagogo, “desnaturalizado
y frenético”.
Él
se defendía respondiendo que actuaba con apego a su conciencia y es célebre la
frase que dirige a sus acusadores: “Abrid los ojos americanos, no os dejéis
seducir de nuestros enemigos: ellos no son católicos sino por política: su Dios
es el dinero y las conminaciones solo tienen por objeto la opresión. ¿Creéis
acaso que no puede ser verdadero católico el que no esté sujeto al déspota
español?”. En fin, si Hidalgo no hubiese sido auténtico, como lo era, no lo
hubiesen sacrificado con tanta saña como lo hicieron con Jesús Cristo.
Sin
embargo, Hidalgo, en sus últimas horas, dio muestra de un temple excepcional y
de una serenidad conmovedora, y hasta tuvo el gesto de una insólita amabilidad
de componer unas décimas de agradecimiento a sus carceleros por el buen trato
que le brindaron. Una de ellas dedicada al cabo Manuel Ortega, dice así:
Ortega, tu
crianza fina,
tu índole y
estilo amable
siempre te
harán apreciable
aún con gente
peregrina.
Tiene
protección divina
La piedad que
has ejercido
Con un pobre
desvalido
Que mañana va a
morir,
Y no puede
retribuir
ningún favor
recibido.
Lo
que le permitió al Padre de la Patria enfrentar la muerte con aplomo y
tranquilidad fue la paz con su conciencia, la certeza de que, con fidelidad a
sus principios y valores, había hecho lo correcto y lo que era necesario para
el bien del pueblo al que se debía.
Cuando
lo iban a fusilar, a cuatro metros de distancia, los soldados temblaban, le
dieron varios tiros sin matarlo y el sargento del pelotón tuvo que ordenar a
dos de ellos que le pusieran las bocas de los fusiles directamente en el
corazón. Después de matarlo le cortaron la cabeza y junto con las de Allende,
Aldama y Jiménez, las colocaron en cada esquina del edificio de la Alhóndiga de
Granaditas.
Nosotros,
los mexicanos, nos sentimos orgullosos por este héroe y de muchos más, porque
aquí, como en ninguna otra parte, el movimiento independentista no se inició
por simples reacomodos en las cúpulas del poder ni se gestó únicamente por un
sentimiento nacionalista, sino que fue fruto de un anhelo de justicia y de
libertad.
Por
ello, el grito de libertad y justicia va antes que el de la independencia
política.
No
obstante, este ideal profundo representó todo un desafío para los potentados,
quienes lograron contenerlo y postergar su realización durante cien años,
porque es hasta un siglo después de consumada la Independencia, que otro grito,
el de la Revolución Mexicana de 1910, empezara a convertir en realidad los
sueños y los ideales de los curas Miguel Hidalgo y José María Morelos, de
Josefa Ortiz de Domínguez, de Leona Vicario, de Juan Aldama, de Ignacio
Allende, de José Mariano Jiménez y de muchos otros dirigentes, mujeres y
hombres, que comenzaron la lucha por la emancipación auténtica del pueblo de
México.
El
día de hoy recordamos esa gran gesta histórica y la celebramos con la
participación del presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel, quien
representa a un pueblo que ha sabido, como pocos en el mundo, defender con
dignidad su derecho a vivir libres e independientes, sin permitir la injerencia
en sus asuntos internos de ninguna potencia extranjera. Ya he dicho y repito:
podemos estar de acuerdo o no con la Revolución Cubana y con su gobierno, pero
el haber resistido 62 años sin sometimiento, es una indiscutible hazaña
histórica.
En
consecuencia, creo que, por su lucha en defensa de la soberanía de su país, el
pueblo de Cuba merece el premio de la dignidad y esa isla debe ser considerada
como la nueva Numancia por su ejemplo de resistencia, y pienso que por esa
misma razón debiera ser declarada patrimonio de la humanidad.
Ahora
solo agrego que el gobierno que represento llama, respetuosamente, al gobierno
de Estados Unidos a levantar el bloqueo contra Cuba, porque ningún Estado tiene
derecho a someter a otro pueblo, a otro país. Es preciso recordar lo que decía
George Washington: “las naciones no deben aprovecharse del infortunio de otros
pueblos”.
Dicho
con toda franqueza, se ve mal que el gobierno de Estados Unidos utilice el
bloqueo para impedir el bienestar del pueblo de Cuba con el propósito de que
éste, obligado por la necesidad, tenga que enfrentar a su propio
gobierno. Si esta perversa estrategia lograse tener éxito –algo que no
parece probable por la dignidad a que nos hemos referido–, repito, si tuviera
éxito, se convertiría en un triunfo pírrico, vil y canallesco. En una mancha de
esas que no se borran ni con toda el agua de los océanos.
Es
mejor el entendimiento, el respeto mutuo y la libertad sin condiciones ni
prepotencia. Todavía vive, y desde esta plaza principal de México le enviamos
un saludo al presidente Jimmy Carter, quien supo entenderse con el general Omar
Torrijos para devolverle a Panamá el Canal y su soberanía.
Ojalá
el presidente Biden, quien posee mucha sensibilidad política, actúe con esa
grandeza y ponga fin para siempre a la política de agravios hacia Cuba.
En
la búsqueda de la reconciliación también debe ayudar la comunidad cubano
estadounidense, haciendo a un lado los intereses electorales o partidistas. Hay
que dejar atrás resentimientos, entender las nuevas circunstancias y buscar la
reconciliación. Es tiempo de la hermandad y no de la confrontación. Como lo
señalaba José Martí, el choque puede evitarse, “con el exquisito tacto político
que viene de la majestad del desinterés y de la soberanía del amor”.
¡Que
viva la Independencia de México!
¡Que
viva la Independencia de Cuba!
¡Que
viva la Independencia de todos los pueblos del mundo!
¡Que
viva la fraternidad universal!
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